Los médicos también despersonalizan

Aunque a veces ataca antes, en general el mal de Alzheimer aparece asociado a la tercera edad: de ahí la tendencia a concebir la demencia «senil» como un equivalente (aún cuando algunos médicos señalen diferencias). Posiblemente por eso, y porque nuestra sociedad estigmatiza a la vejez, los enfermos internados por alguna complicación colateral suelen convertirse en último orejón del tarro en clínicas y hospitales sin la debida preparación.

A esta altura no puedo precisar el número de ingresos de mi papá a una guardia de emergencia, a una habitación común o a terapia intensiva. Sí recuerdo la indiferencia, en ocasiones maltrato, de los que fue objeto en la mayoría de las internaciones: su invisibilidad se acentuaba notablemente una vez solucionado el problema coyuntural (dos comas farmacológicos producidos por la mala administración de medicación psiquiátrica, bronquitis/neumonías por las infecciones que produce el uso de la sonda nasogástrica, lipotimias severas por bajo nivel de sodio).

Salvo honrosas excepciones, clínicos, neumonólogos, traumatólogos, incluso neurólogos le prestaban poca atención a mi padre. Una vez escuché a uno de ellos cuchichear «tiene 80 años; va a crepar tarde o temprano». Por lo visto, el Alzheimer y la edad eran razones suficientes para desahuciarlo de antemano.

A diferencia del sida o el cáncer, la demencia senil rara vez afecta vidas jóvenes, personas en la flor de la edad, hombres y mujeres con todo por delante. En parte por eso interesa y conmueve menos a los médicos (atención: la constatación también es aplicable a los medios y a la opinión pública).

Cuando ingresa a una clínica u hospital, la víctima de Alzheimer parece llevar inscripta una sentencia a muerte. Lejos de inspirar piedad, su pertenencia a la tercera edad suele provocar hastío y además abonar la hipótesis de que no hay mucho por hacer. No sorprende entonces que, en estas circunstancias, los médicos terminen despersonalizando tanto como la enfermedad.