El Alzheimer desde el humor. Parte 3

El próximo 16 de abril contaré once años desde la muerte de mi padre, y sin embargo el Alzheimer sigue acompañándome. Por un lado, lo padezco en las pesadillas que me devuelven a Don Luis enfermo. Por otro lado, lo enfrento cada vez que preparo algún texto para este blog.

Si a estos once años les sumo el lustro que duró la pesadilla real, aquélla que empezó con el anuncio del diagnóstico y terminó con el deceso liberador, entonces superé la década y media de convivencia con esta enfermedad neurodegenerativa. A contramano de lo que algunos entendidos sostienen, en ningún momento sentí que el tiempo transcurrido me haya ayudado a tomar distancia del sufrimiento que el Alzheimer provoca en quien lo padece y en su entorno.

Será por eso que me cuesta encontrarles sentido a los chistes inspirados en la definición más básica del mal bautizado en honor a Don Alois. Entiendo que sus autores no tienen intención ofensiva, que sólo buscan bromear sobre el o (los) olvido(s), y que el Alzheimer les ofrece una hipérbole tentadora. En una, dos oportunidades coqueteé con la idea de que el humor también aporta en términos de difusión.

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El avance del Alzheimer según una anécdota monárquica

En poco más de sesenta años, se quintuplicó la cantidad de británicos centenarios que reciben el saludo de la Reina Isabel.

En poco más de sesenta años, se quintuplicó la cantidad de súbditos centenarios que reciben los buenos deseos de la Reina Isabel. ¿Cuántos comprenderán el saludo?

A principios de enero, The Independent se preguntó si 2016 será un año bisagra «en la búsqueda de un tratamiento efectivo» contra la demencia. A través de este artículo de Jeremy Laurance, el diario británico reconoció un presente adverso, signado por proyecciones que auguran un aumento preocupante de la cantidad de enfermos («de los 44 millones calculados hoy se pasará a 76 millones en 2030 y a 135 millones en 2050») y por el avance lento de la investigación científica.

Tras recordar la existencia de informes sobre tasas de éxito/fracaso bastante desalentadoras, el periódico invita a depositar esperanzas en tres promesas farmacológicas: los ensayos de Eli Lilly con la droga solanezumab, los ensayos de Biogen con aducanumab y los ensayos destinados a encontrar, ya no una droga única, sino un cóctel inspirado en aquéllos diseñados contra el sida y algunos tipos de cáncer.

The Independent también apuesta a un cuarto horizonte que asoma más allá de los cielos farmacológicos, y que emerge de los resultados positivos derivados de un estudio realizado en 2009 en Finlandia.  Se trata de la estrategia clínica (y comunicacional) que consiste en combatir los factores de riesgo: mala alimentación, escaso sueño/descanso, sedentarismo, limitada vida social/recreativa.

El texto de Laurance arranca con una anécdota tan simpática como reveladora: a principios de 2016 Isabel II envió tarjetas de felicitaciones a unos quince mil súbditos que cumplieron cien años en 2015. Cuando empezó a reinar en 1952, fueron menos de tres mil los destinatarios del mismo mensaje celebratorio.

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La reflexión ética, una exigencia para todos

Emmanuel Hirsch y Fabrice Gzil, autores del artículo publicado el 21 de septiembre pasado.

Emmanuel Hirsch y Fabrice Gzil, autores del artículo publicado el 21 de septiembre pasado.

Son infrecuentes los artículos periodísticos que abordan el Alzheimer y demás demencias desde la perspectiva ética. A algunos autores esta cuestión les parece una obviedad (la suponen más o menos presente en toda apreciación sobre el respeto por el bienestar y los derechos del paciente) mientras a otros les resulta una preocupación secundarísima, casi insignificante en comparación con temas urgentes, por lo tanto prioritarios.

Entre los textos excepcionales figura éste que un profesor de ética médica de la Universidad de París-Sur y el responsable del Polo Estudios e Investigación de la Fundación Médéric Alzheimer publicaron en la edición francesa del Huffington Post semanas atrás, justo el Día Mundial del Azheimer. Es que, a contramano de la tendencia a subestimar este tipo de reflexión sobre las demencias, Emmanuel Hirsch y Fabrice Gzil sostienen que ésta «debería ser una exigencia para todos».

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